Frio

Y así, sin más, emprendí la marcha. Sin ganas de nada, sin objetivo ni rumbo alguno, acompañado solo de los recuerdos que había logrado recolectar hasta aquel suceso.
Hacia frío aquella tarde; corría un viento muy gélido que circulaba por entre los edificios del lugar, a ratos se convertía en una brisa suave y jugaba por entremedio de mis dedos desnudos que sostenían el cigarrillo: echaba de menos mi chaqueta gris. Un largo tramo tuve que andar por ahí hasta encontrar un sucucho donde guarecerme y tomar un trago para deshacer en parte el nudo que crecía en mi garganta; lento y angustiante sentir que me envolvía, que me llevaba a cada instante recorrido aquel día, cada rincón de ese lugar testigo de lo que ahora me quitaría el sueño y me hiela las manos cada noche y cada mañana.
- Gastón!
- eh?
- soy yo, Renato, ¿no te acordàs de mi?, ¡el de Buenos Aires!
Sin mirarlo, respondí casi inexpresivo:
-Disculpa, pero no te conozco.
-Pero...
Caminé... no se cuanto tiempo deambulé por la ciudad en busca de un alivio que estaba lejos de mi. Realmente no quería estar ahí, deseaba tanto estar otra vez en casa. Tenia frío y la camisa que llevaba ya no me protegía. Mi interior estaba envuelto en algo que me pesaba, denso, amargo, agraz; el hambre empezaba a hacer de las suyas. Recurrir a alguien de confianza.
- ¿se encuentra el señor Cienfuegos?
- ¿de parte de quien?
- un amigo.
- su nombre caballero, por favor.
- Sepúlveda
- ¿Perdón?
- Sepúlveda, dígale que es Sepúlveda
- Un segundo...
Un segundo, que se transformó en minutos, luego de un momento me vi otra vez en la calle, no tenia nadie mas en mente, todos se habían ido no se a que lugar o quizás desaparecieron por una u otra razón ¿por miedo? ¿Por gusto? difícil era determinar algo así cuando ni siquiera se sabe que esta uno mismo, aplastado por las interrogantes, acorralado por la incertidumbre, entumido y solo. Tenia como quince años cuando conocí a Mariana, recién llegado a Concepción mi tía me puso en un colegio cerca de la casa, previo trato con mi madre. Sentía que todo era nuevo, a pesar de haber estado ahí el verano recién pasado. Ya no volvería a Santiago por un espacio que ni yo mismo imagine.
Era extraño verme de escolar circulando por esas calles que habían sido recorridas tantas veces al calor de enero. Llegado a mí destino no tardó en llamarme la atención la niña que venia en sentido opuesto: misma corbata azul.
-¡Hola Mari! - dijo mi primo- ¡como vai'! ¿Que tal las vacas?
-¡Hola hola!..- agitó la mano mientras se alejaba.
Solo eso dijo la muchacha y se perdió entre la multitud "pingüina" que se repartía entre las salas que daban al patio de tierra con sus puertas abiertas. La creciente polvareda que se levanto tras el tumulto dio paso a la aparición de un señor con delantal azul asperjando agua con un balde. Dos días pasaron hasta que volví a ver a “la Mari” (como solía decirle mi primo Emiliano): tranquila, suave, con el uniforme oscuro contrastando con el color rosado pálido de sus mejillas y de lo que se alcanzaba a ver de sus piernas entre el jumper y las calcetas azul marino. Ella reemplazó todos mis pensamientos infantiles, tomo el lugar de las “fantasías animadas” y las tardes enteras de “metrópolis”, me confundía, me aterraba. No se en que momento tomé el valor y la hice mi novia, solo sucedió, ya distaban años desde la primera vez que mis ojos se prendaron a ella, y estaba ahí, conmigo, nada podía desbaratar o al menos mellar lo que por lo menos en mi, hasta ese minuto habíamos construido.
- estoy aburrida de ti… me voy
- pero Mari
- de verdad estoy harta
- espera
- ¡Déjame!, ¡voy a gritar!
- me da lo mismo, tu eres mía, siempre lo has sido. Yo te amo.
- ¡Déjame te digo!
Dejé su brazo. Me adelanté y salí de la casa, decidí tomarlo como una situación anterior similar a esta. Volví muy tarde y con varios tragos en el cuerpo, no entré mucho mas allá, deslizarme por la casa en ese estado y acostarme junto a ella seria empeorar las cosas, opté por el sofá.
No supe hasta varias horas entrado el día siguiente que, a diferencia de otras veces, Mariana de verdad se había ido: la cama intacta y nada de su ropa, algunas cosas quedaron en el baño y la habitación. Entonces sentí un vacío inmenso y un frío que invadía cada rincón de mi cuerpo, haciéndome temblar, caí de rodillas al piso en vista del panorama desolador que me ofrecía la casa en ese instante, eterno.
Esperé tres días hasta saber algo de Mariana, un amigo me comentó que se encontró con ella en el aeropuerto el mismo día que se fue de casa, iba con alguien más, maletas, y muy rápido, según lo que me dijo Cienfuegos, con destino Buenos aires.
Pensé por largo rato y a la mañana siguiente de la conversación, me encontraba viendo el Obelisco. Día cuatro paseándome por la ciudad preguntando y ni señales de Mariana, no quería perderla y por lo mismo daría todo lo que estuviera a mi alcance para recuperarla o por lo menos preguntarle.
- ¡hola! ¿Algún problema amigo?
- Estoy bien gracias.
- dale loco, te invito una copa.
- No gracias, te dije que estoy bien solo.
- Soy Renato, un gusto.
Yo solo callaba y miraba las botellas puestas en el mostrador fijamente, como si la solución a todas las cosas estuviera ahí, en aquellos brillos y colores filtrados por el alcohol contenido en su interior, inmóvil, mientras la lámpara atravesaba con su luz cada centímetro cúbico del recipiente. Lo ignoraba, no era nadie, ningún valor tenía para mí aquel desconocido, yo estaba allí por solo una razón y nada más.
- un gusto
- Gastón.
- Sos chileno, ¿no?, ¿en que andas?
- Busco a alguien.
- ¿alguien en especial? puedo ayudarte si quieres, conozco bien la ciudad
Santa Fe y Callao. Nos juntamos ahí al medio día del miércoles, el tipo hablaba mucho, yo casi nada, incomoda situación por cierto, nunca fui bueno para hablar con extraños; ni siquiera hablaba mucho con la gente cercana a mi, pero que diablos, el sujeto conocía mucha gente y quizás podía ayudarme.
- Hola Mariana
- ¡Gastón! ¡Que haces aquí!
- te buscaba, necesito que hablemos, por favor.
- no tengo nada que hablar contigo.
- solo dame un momento.
- ¡Basta! Ya no te amo.
Y así, sin más, emprendí la marcha. Sin ganas de nada, sin objetivo ni rumbo alguno, acompañado solo de los recuerdos que había logrado recolectar hasta aquel suceso.