Vereda

Como es de costumbre, cada mañana, después de despedir a su marido y ver como se aleja montado en su pistera, la señora Matilde sale a barrer las hojas que caen sobre la vereda y en su jardín. Así mismo, la vecina de junto, Isabel, un poco más joven que su anciana compañera matutina, sale con su escoba de ramas secas y su jarro de plástico para inaugurar la jornada. Ambas señoras, investidas de delantales cuadrillé y alpargatas; una con un tenso moño que adornaba su salpimentada nuca; la otra con un gran gorro de lana negro que contrastaba con algunas hebras blancas que se descolgaban desde su interior; peludos chalecos de lana abrigaban sus espaldas.
De derecha a izquierda, con una habilidad innata y eficiente, las amas de casa hacen sonar sus escobas amarillas sobre el pavimento, mientras el sol mañanero entibia levemente las pieles curtidas de sus rostros añosos, iluminando también cada fachada del pasaje 21 de mayo. Poco a poco las vecinas empujan las indeseables hojas cobrizas, haciéndolas volar pequeños tramos de rato en rato. Tras un breve momento, Isabel notó la amenazante presencia de su hacendosa rival, que llevaba más de la mitad del trabajo avanzado: la envidia la consumió.
- ¿que va a hacer de almuerzo vecina? - preguntó cínica.
- ni me diga, todavía tengo que ir a la feria... tengo para rato.
Un gesto de alivio se posicionó sobre su cara y apoyándose en la escoba continuó soberbia
- yo fui ayer con mi marido - y empinó la mirada al cielo perdiéndose por unos instantes en la inmensidad celeste.
Matilde no contestó y se concentró en terminar su labor de corretear hojas y papeles, y de formar montículos de tierra junto al flaco tronco del ciruelo. Isabel, sorprendida vió que perdía terreno, apurada comenzó a barrer lo mejor y mas rápido que podía; las hojas parecían pegadas al piso y su vecina finalizando ya asperjaba agua sobre el ahora desnudo cemento de la acera, sólo le quedaba una alternativa
- ¿Oiga señora Matilde, usted me podría regalar un tallito de esa planta, la del macetero de greda?
- ¡Claro!, déjeme ir por un cuchillo...
Metiendo la escoba entre las ramas del árbol Isabel terminó con su angustia.

Almuerzo.

Decidió acercase, hacía ya varios minutos que lo miraba ahí sentado comiendo; a diferencia del resto las mesas del lugar, que eran todas para cuatro personas, esta estaba ocupada por solo un comensal, un puesto, una silla.
-Te molesta si me siento aquí?- preguntó la muchacha. Ante esto él levanto levemente la mirada por un cortísimo instante para saber quien estaba del otro lado, se encogió de hombros y prosiguió con la tarea de desmenuzar el pescado en busca de espinas.
- Permiso, ah - acercó una silla, y tomó asiento, luego descolgó la pierna derecha sobre la izquierda y abrió cuidadosamente una botella de agua mineral, continuó:
- ¡Que calor que hace en estos días! - empinó la botella sobre su boca entreabierta, sorbió de ella muy despacio, como besando - ¿como te llamas? hace días que te veo por acá, no se ve gente nueva muy seguido, siempre es lo mismo, por eso te noté ¿trabajas aquí cerca?.
Él, sumido en su plato no exclamó nada, solo alzó otra vez la mirada para ver como los dedos inquietos de la chica golpeaban reiterada y rítmicamente la botella de plástico.
- Ay, que callado!, dicen que los callados son los peores, ja ja..- tras reír volvió a beber de la botella, luego la cerró con la tapita azul que había dejado cerca de la alcuza y el servilletero. Él, tras terminar, dejó el servicio cruzado sobre el blanco plato ovalado, tomó lo ultimo de su copa de vino. Respiró. Pareció determinado a hablarle a la impaciente joven que lo miraba fijamente, intrigada y atonita por su porte y talle. Se levantó, metió su mano al bolsillo, sacó un reloj, vio la hora y se marchó.
- ¿Señorita, le traigo la cuenta?

olscul*

El sábado llegué al trabajo a las 8am. como de costumbre, saludé a todo el mundo, fui a la cocina, me hago el café de rigor, me dirijo al escritorio y .. Sorpresa!! estaba ella, sip, ella misma, la de la foto, esa señorita de talle post moderno mirándome como: "hola soy nueva aqui, quieres tocarme?" Diablos! fueron varias cosas las que se me pasaron por la cabeza:
"para que me dejan porquerías aquí!! ¬¬"
"calculadora o controlador midi?"
"funcionará?"
"mm ya filo, igual le da un estilo vieja escuela al escritorio..."
Rápidamente salí de la duda: Sip, si funciona. Cuando la encendí un extraño ruido me asustó, su impresora incorporada, la cual no noté hasta ese segundo, saludaba. Luego un número cero, de un color verde chillón apareció resplandeciente e inmóvil en su estrecha pantalla "negriverdosa" ansiosa de que la llenen de cifras y unos dedos juguetones golpeteen sobre sus teclas negras, grises y blancas. Debe ser un verdadero placer para la Panasonic.
Me gusta.. sobre todo su atractivo botón naranjo "CE".